miércoles, 10 de agosto de 2011

cap 2: Las Hermanas

 La luna se asoma, alta y pálida, por entre las ramas de un árbol frondoso. Los ruidos se oyen extrañamente lejanos. Desde una ventana llegan algunas
notas de una música lenta y agradable. Un poco más abajo, las líneas blancas del campo de tenis resplandecen rectas bajo la palidez lunar y el fondo
de la piscina vacía espera melancólico el verano. En el primer piso del edificio una muchacha rubia ceniza, no muy alta, de ojos entre azules y grises de piel aterciopelada, se
mira indecisa al espejo.
—¿Necesitas la camiseta negra elástica de Onyx?
—No lo sé.
—¿Y los pantalones azules? —grita Victoria desde su habitación.
—No lo sé.
—Y las mallas, ¿te las vas a poner?
Victoria está ahora en la puerta, mira a Miley. Los cajones de la cómoda abiertos y la ropa esparcida por doquier.
—Entonces tomo esto…
Victoria se adelanta entre algunas Superga tiradas por el suelo, todas de la treinta y siete.
—¡No! Eso no te lo pones porque me gusta mucho.
—Yo lo tomo de todos modos.
Miley se levanta de un salto con las manos apoyadas en las caderas.
—Lo siento, pero no me lo he puesto nunca…
—¡Podías haberlo hecho antes!
—Sí, ¿y si luego me lo desbocas todo?
Victoria mira irónica a su hermana.
—¿Qué? ¿Estás bromeando? Mira que fuiste tú la que el otro día se puso mi falda azul elástica y ahora para ver mis bonitas curvas hay que ser adivino.
—¿Y qué tiene que ver? Esa la ensanchó Avan Jogia.
—¿Qué? ¿Avan lo ha intentado y tú no me has dicho nada?

—Apenas hay algo que contar.
—No me lo creo, a juzgar por mi falda.
—Pura apariencia. ¿Qué te parece la camisa rosa melocotón debajo de esta chaqueta azul?
—No cambies de tema. Cuéntame lo que pasó.
—Bueno, ya sabes lo que pasa en estos casos.
—No.
Miley mira a su hermana pequeña. Es verdad, no lo sabe. Todavía no puede saberlo. Está demasiado pequella y no hay nada lo bastante bonito en ella como para convencer a alguien de ensancharle una falda.
—Nada. ¿Te acuerdas que el otro día le dije a mamá que iba a estudiar con Demi?
—Sí, ¿y qué?
—Bueno, pues que me fui al cine con Avan Jogia.
—¿Y?
—La película no era nada de especial y, pensándolo bien, tampoco él.
—Sí, pero vayamos al grano. ¿Cómo se ensanchó la falda?
—Bueno, la película llevaba diez minutos empezada y él se revolvía sin parar en su asiento. Pensé: «Es cierto que este cine es incómodo pero me
parece que lo que Avan quiere es meterme mano.» Y de hecho, poco después, se corrió un poco hacia un lado y pasó el brazo por mi respaldo. Oye,¿qué te parece si me pongo el traje, ese verde con los botoncitos delante?
—¡Sigue!
—En fin, que del respaldo fue bajando, poco a poco, hasta llegar al hombro.
—¿Y tú?
—Yo… nada. Fingía no darme cuenta. Miraba la película como si estuviera con los cinco sentidos puestos en ella. Luego me atrajo hacia él y me besó en la boca.
—¿Avan Jogia te besó? ¡Guau!
—¿Por qué te agitas tanto?
—Caramba, Avan está muy bueno.
—Sí, pero se lo cree demasiado… Siempre está pendiente de él, no deja de mirarse al espejo…
-- Bueno, en resumen, durante el segundo tiempo recuperó casi de inmediato la posición de antes. Me compró un helado Algida. La película había mejorado mucho, quizá fuera en parte gracias a la parte de arriba del helado, la de las avellanas. Era fantástica. Así que me distraje y me lo volví a encontrar con las manos un poco demasiado bajas
para mi gusto. Intenté alejarlo pero no sirvió de nada, se agarró a tu falda azul. Y por eso se ha ensanchado.
—¡Menudo cerdo!
—Sí, imagínate que no tenía ninguna intención de parar. Y luego, ¿sabes lo que hizo?
—No, ¿qué hizo?
—Se desabrochó los pantalones, me cogió la mano y tiró de ella hacia abajo. En fin, hacia su cosa…
—¡No! ¡Entonces sí que es realmente un cerdo! ¿Y después?
—Entonces yo, para calmarlo, tuve que sacrificar mi helado. Se lo metí por los pantalones abiertos. ¡Si vieras el bote que pegó!
—¡Muy bien, hermanita! Eso sí que es tener agallas…
Se echan a reír. Luego, Victoria, aprovechando aquel momento de alegría, se aleja con el traje verde de su hermana.
Un poco más allá, en el estudio, Claudio se prepara la pipa sentado en un mullido sofá con dibujos de cachemira. Le divierte trajinar con el tabaco,
aunque en realidad se trate solo de un compromiso. En casa ya no le permiten fumar sus Marlboro. La mujer, fanática jugadora de tenis, y las hijas, demasiado preocupadas por la salud, lo regañan cada vez que se enciende un cigarrillo, por eso se ha pasado a la pipa. «¡Te da más clase, te hace parecer más reflexivo!», le había dicho Raffaella. Y, de hecho, él se lo ha pensado muy bien. Mejor tener aquel trozo de madera entre los labios y un
paquete de Marlboro escondido en el bolsillo de la chaqueta que discutir con ella.
Da una bocanada a la pipa mientras hace un recorrido por los canales de televisión.
Sabe de antemano dónde detenerse. Unas muchachas descienden por una escalera lateral canturreando una estúpida canción y mostrando sus
senos turgentes.
—Claudio, ¿estás listo?
Cambia de canal de inmediato.
—Por supuesto, querida.
Raffaella lo mira. Claudio permanece sentado en el sofá, perdiendo algo de seguridad.
—Ten, cámbiate la corbata, ponte esta burdeos.
Raffaella abandona la habitación, dando por zanjada cualquier posible discusión al respecto. Claudio deshace el nudo de su corbata preferida.
Luego aprieta el botón número cinco del mando del televisor. Pero, en lugar de las bellezas de antes, se tiene que conformar con un ama de casa que, enmarcada por un alfabeto, trata de hacerse rica. Claudio se pone la corbata burdeos alrededor del cuello y se concentra en el nuevo nudo.
En el pequeño baño que hay entre las habitaciones de las dos hermanas, Victoria está exagerando con el contorno de ojos.
Miley aparece a su lado.
—¿Qué te parece?
Lleva puesto un vestido de flores, rosado y vaporoso. Se estrecha delicadamente en la cintura, para después caer suelto sobre sus caderas redondeadas.
—Bueno, ¿cómo estoy?
—Bien.
—Pero no demasiado.
—Muy bien.
—Sí, pero ¿por qué no dices que estoy estupenda?
Victoria sigue intentando que la línea que debería alargarle un poco los ojos le salga recta.
—Bueno, no me gusta el color.
—Sí, pero dejando aparte el color…
—No me gustan mucho las hombreras tan grandes.
—Sí, pero dejando aparte las hombreras…
—Bueno, ya sabes que no me gustan las flores.
—Ya lo sé pero trata de no tenerlas en cuenta.
—En ese caso, estás estupenda.
Miley, completamente insatisfecha y sin saber ni siquiera ella lo que le habría gustado oír, toma el frasquito de Caronne que compró con sus padres en un duty—free al volver de las Maldivas. Al salir tropieza con Victoria.
—¡Eh, ten cuidado!
—¡Ten cuidado tú! A mí me costaría mucho menos ponerte el ojo negro. ¡Mira cómo te estás pintando!
—Lo hago por Andrea.
—¿Qué Andrea?
—Palombi. Lo conocí fuera del Falconieri. Estaba hablando con Mara y Francesca, las de cuarto. Cuando se marcharon, le dije que yo también iba a clase con ellas. Pintada así, ¿cuántos años me echarías?
—Bueno, sí, la verdad es que pareces más mayor. Quince por lo menos.
—Pero ¡si yo tengo quince años!
—Difumina un poco aquí… —Miley se mete el índice en la boca, se lo moja, y después lo apoya sobre los párpados de su hermana dándole un leve masaje.
—¡Ya está!
—¿Y ahora?
Miley mira a su hermana enarcando las cejas.
—Estás a punto de cumplir dieciséis.
—Todavía son muy pocos.
—Chicas, ¿estáis listas?
En la puerta de casa, Raffaella conecta la alarma. Claudio y Victoria pasan veloces por delante de ella, Miley es la última en llegar. Todos entran en el ascensor. La velada está a punto de iniciarse. Claudio se arregla mejor el nudo de la corbata. Raffaella se pasa repetidas veces la mano derecha por el pelo. Miley se coloca bien la chaqueta oscura de las anchas hombreras. Victoria se mira simplemente al espejo, sabiendo ya que se topará con la mirada de su madre.
—¿No te has pintado demasiado?
Victoria prueba a contestar.
—Déjalo estar, llegamos tarde, como siempre.
Esta vez, la mirada de Raffaella se cruza en el espejo con la de su marido.
—Pero ¡si soy yo el que las ha estado esperando, a las ocho estaba ya preparado!
Dejan atrás en silencio los últimos pisos. En el ascensor entra el olor del estofado de la mujer del portero. Aquel gusto a Sicilia se mezcla por un momento con la extraña compañía francesa de Caronne,Drakkar y Opium. Claudio sonríe.
—Es la señora Terranova. Hace un guiso de carne fabuloso.
—Le echa demasiada cebolla —asevera Raffaella quien, hace ya algo de tiempo, optó por la cocina francesa ante la sincera preocupación de todos y la desesperación de la criada sarda.
El Mercedes se para delante del portal.
Raffaella, con un ruido dorado de joyas, recuerdo de fiestas y Navidades más o menos felices, casi siempre muy caras, sube delante, las dos hijas
detrás.
—¿Se puede saber por qué no pegár más la Vespa a la pared?
—¿Todavía más? Papá, mira que eres torpe…
—Victoria, no te consiento que le hables así a tu padre.
—Oye, mamá, ¿mañana podemos ir en Vespa al colegio?
—No, Miley. Todavía hace demasiado frío.
—Pero tenemos el parabrisas.
—Victoria…
—Pero mamá, todas nuestras amigas…
—Aún no he visto a todas estas amigas tuyas con la Vespa.
—Si es por eso, a Victoria le han regalado la nueva Peugeot que, por cierto, y ya que te preocupas tanto, corre incluso más deprisa.
Fiore, el portero, levanta la barra. El Mercedes espera, como cada noche, que aquel largo trozo de hierro a bandas rojas suba lentamente. Claudio hace un gesto para saludarlo. A Raffaella solo le preocupa dar por concluida la discusión.
—Si la semana que viene hace más calor, veremos.
El Mercedes parte con una pizca de esperanza más en el asiento posterior y con un rascón en el espejito lateral derecho. El portero se vuelve a
concentrar en su pequeño aparato de televisión.
—Todavía no me has dicho cómo estoy con esta ropa.
Victoria mira a su hermana. Las hombreras son un tanto anchas y a ella le resulta demasiado seria.
—Estupenda. —Sabe perfectamente cómo manejarla.
—No es verdad, las hombreras son demasiado anchas y soy demasiado perfecta, como dices tú. Eres una mentirosa y, ¿sabes lo que te digo? Que recibirás un castigo por esto. Andrea ni siquiera te mirará a la cara. Es más, lo hará, pero con todo ese negro en los ojos no te reconocerá y se irá
con Giulia.
Victoria trata de contestarle, sobre todo en lo relativo a Giulia, la peor de sus amigas. Pero Raffaella pone punto final a la discusión.
—Niñas, dejarlo ya, si no las llevo de vuelta a casa.
—¿Doy la vuelta? —Claudio sonríe a la mujer, fingiendo mover el volante. Pero le basta una mirada para comprender que el ambiente no está para
bromas.

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